“[…] Estamos ante una situación rechazable no solamente desde un punto
de vista económico, sino también desde un punto de vista moral. La culpa de lo
que ocurre no es tanto de la recesión económica actual, sino sobre todo de que
los decisores políticos y los gestores públicos han obviado el compromiso ético
con los ciudadanos, a los cuales se está trasladando una especie de impuesto
adicional encubierto y a quienes, en última instancia, se está limitando su
derecho fundamental a la movilidad, sobre todo a aquellos que tienen los
niveles de renta más bajos o que viven en territorios menos favorecidos. Parece
que las administraciones titulares de las carreteras se olvidasen de que el
dedicar fondos a la conservación de los firmes no es una mera opción
presupuestaria, sino una obligación impuesta por la Ley del Patrimonio de las
Administraciones Públicas y, por encima de cualquier otra consideración, una
obligación moral: se debe trabajar permanentemente por disminuir las
diferencias territoriales e individuales, y lo que ha sido creado con el
esfuerzo colectivo de las anteriores generaciones debe ser transmitido sin
merma a las siguientes.
Esta obligación no admite subterfugios. No se pueden posponer las
imprescindibles inversiones con el pretexto de que la situación será
recuperable cuando lleguen tiempos mejores. Tampoco es admisible supeditar el
esfuerzo requerido a la eventual implantación de técnicas de financiación que
conllevan el riesgo de privatizar los beneficios y socializar las pérdidas,
además del de aumentar la brecha entre los ciudadanos y entre los territorios.
No parece justificable tampoco que por esa implantación se esté trabajando
incluso desde el sector público, cuando la única responsabilidad de éste
debería ser la defensa de los intereses generales […]”
Han pasado
prácticamente tres años. La situación no es que siga igual, sino que ha
empeorado hasta el punto de que los más cautos, que entonces preferían estar
callados, ya no se recatan en denunciar un estado de los pavimentos de las carreteras españolas que en algún caso
alcanza niveles de escándalo. Desgraciadamente las cosas no cambiarán mientras
no se reconozca que, entre los muchos factores involucrados en el problema, hay
uno de primer orden: el factor ético.
Miguel Ángel,
ResponderEliminarYo, y otros, hemos perdido la esperanza de que los poderes públicos, y en concreto alguno de sus representantes, ejerzan de acuerdo a lo que otros consideramos un deber moral, una obligación ética, o cualquiera que sea la razón de conciencia personal que debiera moverles a actuar bajo esos criterios.
Así que sólo nos queda recurrir a su deber legal.
Espera... tampoco.
La esperanza está perdida.