jueves, 13 de junio de 2013

Causas del mal estado de los pavimentos (además de los insuficientes recursos para actuaciones de mejora y rehabilitación)


El pasado 11 de junio se celebró en Madrid la VIII Jornada nacional de la Asociación Española de Fabricantes de Mezclas Asfálticas (Asefma) bajo el título “Soluciones técnicas para tiempos de crisis” y en la que se volvió a insistir en la necesidad de dedicar más recursos presupuestarios para la mejora y rehabilitación de los pavimentos. Es evidente, y así lo subrayó el Presidente de Asefma, que el no dedicar los recursos necesarios se traduce en un deterioro creciente del estado general de los pavimentos. Sin embargo, uno de los asistentes a la Jornada manifestó que, en muchas ocasiones, los deterioros que aparecen en los pavimentos no se deben al hecho de que no se estén llevando a cabo tareas de mejora y rehabilitación con la regularidad requerida, sino a las malas características de los materiales empleados o a deficiencias en la ejecución de los pavimentos. Tal afirmación produjo un cierto revuelo entre un público compuesto mayoritariamente por contratistas de obras, pero para quien esto escribe es una realidad a la que ha tenido que enfrentarse en bastantes ocasiones en los últimos años (como seguro que le ha ocurrido también a quien realizó la afirmación que da pie a estas consideraciones).

A mediados de la década de 1990 el Centro de Estudios de Carreteras del CEDEX llevó a cabo, por encargo de la Dirección General de Carreteras, un análisis del estado de los pavimentos de las autovías que se habían construido en los diez años anteriores. Una de las conclusiones más llamativas de dicho análisis fue que el factor que más influía con carácter general en cómo habían quedado los pavimentos y en su posterior comportamiento era quién había sido el Director de las obras. Si se piensa detenidamente, seguro que se está de acuerdo en buena medida con esta “correlación”, independientemente de que las razones para el fallo prematuro de los pavimentos requieran un análisis algo más complejo.

Es obvio que si un pavimento presenta deterioros tras no haber pasado demasiado tiempo desde la puesta en servicio puede deberse a deficiencias en el proyecto o a deficiencias en la ejecución. A menudo los que hacen las obras se quejan de la mala calidad de los proyectos, pero a veces esto es sólo una coartada para intentar modificar el contrato de la obra (a su favor, por supuesto); por otro lado, la experiencia muestra, en el caso de los pavimentos, que en un eventual mal resultado la influencia del proyecto suele ser menor que la de la obra. No se está diciendo en absoluto que los proyectos de pavimentación no sean manifiestamente mejorables, sino que hay que poner cada cosa en su sitio.

En España las posibles deficiencias de los proyectos de pavimentación son fundamentalmente cuatro:

- una sujeción exagerada a lo que establece la normativa, olvidando que lo único que hace ésta es definir un marco general de actuación y que en cada caso hay que valorar las circunstancias concretas del proyecto;

- un desprecio por algunos aspectos de la normativa que constituyen lo que podría denominarse su letra pequeña;

- la no consideración de cuáles habrán de ser las condiciones reales de la obra, sobre todo en lo que se refiere a la disponibilidad de materiales y a cómo se desarrollan determinados procesos constructivos;

- un insuficiente análisis económico de las posibles soluciones técnicas (ese análisis a veces, directamente, es inexistente), lo que debilita enormemente la propuesta del proyecto frente al deseo de modificarlo del contratista de la obra.

En cuanto a las posibles causas de deficiencias en la obra no se puede decir que sean infinitas, pero casi. La primera de ellas, en línea con la citada conclusión del estudio del CEDEX al que se ha aludido, es la ignorancia, la inexperiencia, la incompetencia o la falta de dedicación del Director de la obra. Desde hace años en España se ha intentado complementar (en realidad, suplir en muchas de sus funciones) la labor del Director de obra con las denominadas asistencias técnicas para el control y vigilancia. Lo que ha ocurrido es que también a los integrantes de esas asistencias técnicas se les podía achacar a veces ignorancia, inexperiencia o incompetencia (aunque no, en general, falta de dedicación).

En la medida en que el Director de obra falla la probabilidad de que el contratista no haga las cosas como debiera crece exponencialmente. Resultan entonces más frecuentes los incumplimientos de las especificaciones de los materiales, la disminución de los contenidos de cemento o de betún asfáltico, el trabajo en circunstancias meteorológicas desfavorables (temperaturas bajas, lluvia, etc.), las velocidades de extensión más elevadas de lo aconsejable, la insuficiente compactación, la merma de espesores, los resultados de ensayos convenientemente “maquillados”, etc. Estas prácticas propias de la picaresca, por decirlo de una forma suave, han existido siempre; sin embargo, en los últimos veinte años se intensificaron como consecuencia de la asunción generalizada del “vale todo” (lo importante es que se pueda inaugurar en la fecha en la que quiere el político).

Pero las consecuencias han sido mucho peores que en el pasado debido a la ignorancia, la inexperiencia, la incompetencia o la avaricia de muchos jefes de obra, y a la presión insoportable que sobre la mayoría han ejercido sus empresas para aumentar a toda costa el beneficio de las obras. Sí, ya sé lo que dicen los contratistas de que en las obras siempre se pierde, pero si eso fuese cierto haría aún más inexplicable el que muchos se hayan enriquecido como lo hicieron (sin olvidar, claro está, las prácticas financieras exquisitas: intento cobrar de la Administración lo antes posible, pero ya veré cuándo puedo pagar a mis subcontratistas). Y para mejor ocasión dejaremos cómo ha influido en la calidad de la obras la práctica de las comisiones y de las adjudicaciones irregulares.

Si los contratistas de obras leyeran los dos párrafos anteriores seguro que jurarían por todos sus parientes vivos y muertos que estas cosas sólo han ocurrido, si han ocurrido, en muy contadas ocasiones, que ellos sólo las conocen de oídas y que, naturalmente, nunca jamás han incurrido en ellas. Pero el que las cosas sólo se comenten en voz baja no quiere decir que no existan y los problemas de los fallos prematuros (algunos escandalosos) están ahí y en absoluto pueden achacarse a la casualidad o a la mala suerte, sin olvidar que cuando esos fallos resultan clamorosos no es debido en general a una única causa, sino a una serie de tropelías en cadena.